«Suæ Catholicæ Majestatis, Rex Hispaniae»; "Su Católica Majestad, Rey de España", título que corresponde tradicionalmente al rey de España en exclusiva (no a su consorte), fue concedido por Su Santidad Alejandro VI, el papa, en 1496 a los Reyes Católicos por su victoriosa cruzada contra el islam tras la toma de Granada.
Hace referencia a la adscripción religiosa del monarca y a su defensa de la fe católica en el orbe. Por primera vez en la historia del mundo, un poder político – la Monarquía Católica – alcanzaba una dimensión global con soberanía y presencia efectiva en todos los continentes –América, Europa, Asia, África y Oceanía– y en los principales mares y océanos –Atlántico, Pacífico, Índico y Mediterráneo.
El rey, entendía su misión divina, y asumía el acatamiento a la Ley natural de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe. El gobernante así es el mediador o el representante de lo sagrado, un instrumento al servicio del fin último de la salvación eterna.
El bien común, se convierte en el supremo bien político y en la razón de ser del poder temporal bajo cualquier forma que adopte, la oposición a ese bien común no es tan sólo un delito, sino también un sacrilegio. El rey es concebido como ministro de Dios elegido para la ejecución del bien común, aunque para ello tenga que recurrir a la corroboración desde el poder eclesiástico, y en caso castellano, sujeta a derecho. Ya los reyes visigodos prestaban un doble juramento al comienzo de cada reinado: el del rey al pueblo y el del pueblo al rey. "Porque no se hicieron pueblos para los reyes, sino reyes para los pueblos".
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